sábado, 29 de mayo de 2010

Puertas y hombres.

Siempre me equivoco de puerta.
Sé que voy a llegar al lugar, y empujar la puerta que no es.
Enseguida miraré a mi alrededor para cerciorarme de que no me haya visto nadie, porque la verdad si yo me viera me daría risa.
Incluso cuando hay un cartel con una flecha señalando la puerta correcta, yo abro la otra. No lo puedo evitar. Está en mi naturaleza.
Empujar la puerta incorrecta y que me guste el hombre equivocado. Dos constantes en mi vida. Aspectos tan disímiles y a la vez tan cercanos entre si, tan verosímiles.
En realidad el hombre no es el érroneo, el hombre está ahi, vive, existe. Sencillamente se vuelve incorrecto desde el momento en que empieza a gustarme.
Como mantener una conversación casi perfecta con alguien que conocés poco, y de repente decir la frase que te hundirá para siempre en las aguas pantanosas de la vergüenza.
Es ese ser o estar que permanece tranquilamente, transcurre hasta que un mínimo acto lo convierte en caos.
Es el incorrecto porque no quepo. Porque no me cabe. Porque sabe que existo, pero cree lo que no soy.
Y me dice dos palabras que son como mil porque las dice él, y por la misma razón son palabras que se borran y mueren ahí.
No me mira a los ojos. Pero le gusta mi perfume, y no me lo dice.
Llego a la fila y saco el número.
Siempre van como 15 números más abajo.

domingo, 16 de mayo de 2010

De viandas y de la aceptación del propio destino.


La gente que transporta comida en tuppers me da un poco de miedo.
Es más, hasta creo que podrían perfectamente ser asesinos seriales.
No sólo porque son capaces de cometer el acto que a mi me resulta prácticamente imposible siquiera de imaginar:cocinar. Sino porque además lo hacen con premeditación. Cocinan doble, para comer al día siguiente. O peor aún, cocinan exclusivamente aquella comida que va a ir dentro del recipiente con tapita y que viajará toda la mañana en mochilas, bolsos o carteras.
Una locura.
Saber el día anterior, qué es lo que se comerá al día siguiente, me parece algo de otro mundo. De verdad lo digo.
Por otro lado me pregunto (siguiendo la lógica de pensamiento de estos "cocineros compulsivos") ¿Cómo es ir a hacer las compras? ¿Van un lunes y compran para el martes también? ¿O directamente hacen una compra semanal? ¿Hacen lista para el supermercado? Y si es asi, ¿Hacen una lista aparte, por un lado la del tupper y por otro lado la de la casa?
Yo nunca seré de esas personas que agarran el carrito en el supermercado.
Es más, no sé cómo funcionan.
Apenas tengo un leve recuerdo de ser niña e ir de compras con mis padres y tomar desaforada aquel vehículo siniestro que en aquel momento era más divertido que cualquier programa de tele y hoy me mira de lejos. Con las rueditas torcidas.
Ahi quedó el carrito. Perdido entre mis recuerdos infantiles, junto con los programas de Manuel Wirtz y Reina Reech.
Yo compro de a una cosa cuando voy al super. Me consuela, en cierto modo, saber que esta gente cuya vida transcurre entre ollas y comida envasada "at home", nunca conocerá las delicias de la caja rápida, el placer de ir varias veces al día al supermercado y conocer más a fondo a todo su personal, o la adrenalina de despertarte con hambre y no tener un carajo en la heladera. A las tres de la mañana.
Me dirán que es una cuestión de economía, seguramente. Nunca falta aquel "justificador" (en todo ámbito de la vida hay un pelotudo que se la pasa explicando el comportamiento humano o la boludez cotidiana) que, al ritmo del "clack" de la tapita del tupper (sonido nefasto, alienante si los hay) se desgrana en vanos argumentos acerca del beneficio que genera al bolsillo el andar de acá para allá con la viandita.


A ese le digo:¿Vale la pena? Digo, ¿Realmente lo vale? ¿Que cocines extra?¿Que prepares aparte el menú del día siguiente?¿Cuánto ahorras?¿Cincuenta centavos?¿Estas contabilizando el gasto de gas? ¿Tu tiempo no vale? O acaso sos tan fanático del laburo que aparte de estar nueve horas en la oficina necesitas ponerte a cocinar frenéticamente cuando llegas a tu casa, ya pensando en el trabajo del día siguiente..
No los entiendo, de verdad. Nunca los voy a entender.
Condenada para siempre a los volantitos del delivery, me encadeno y me resigno a mi fatal destino, que no conoce de édades ni de géneros. Nunca aprenderé a cocinar.
Pasame el teléfono.